RAYO
Sin duda la importancia de la obra plástica de Omar Rayo, reconocida a nivel internacional, llenará muchas cuartillas de críticos y entendidos. Yo solo quiero rendir un amoroso homenaje al ser humano que con una obstinación a toda prueba sacó adelante un proyecto que en su momento los maldicientes de siempre no dudaron en tildar de delirante y lo que es peor de imponente monumento al ego del artista. Pero que, para quienes desde el Centro y el Norte del Valle del Cauca nos dedicábamos a distintas labores creativas, podemos afirmar que nos cambió la vida. Me refiero al Museo Rayo. Desde su apertura en 1981, el Museo acogió con entusiasmo cualquier propuesta artística que significara crecimiento y afianzamiento de dichas labores en el amplio y hasta entonces huérfano espacio de su influencia. Los pintores, grabadores, escultores, fotógrafos y todos los dedicados a las artes visuales encontraron un lugar donde nutrir su vocación de artistas, donde encontrar referencias plásticas con la obra de los mejores artistas del continente, donde estudiar las más novedosas técnicas graficas en grabado y serigrafía y sobre todo donde les pararan bolas. Por otra parte, los poetas, los narradores y todos los dedicados al trabajo de la palabra creadora, pronto ingresamos al redil que Rayo, primero, con la creación de las Ediciones Embalaje, y después, Águeda Pizarro, su mujer, con su Encuentro de Mujeres Poetas, formaron para institucionalizar una verdadera y continua fiesta de la palabra donde el humor y el amor encontraron siempre solidarios cómplices.
Como no evocar las periódicas fiestas en casa de la Cuper, la casa de putas más famosa de Roldanillo que se convertía en extensión del Museo para celebrar publicaciones de poemarios como la ocurrida el 20 de Enero de 1987, cuando se presentaron tres significativos títulos: “Acto de Palabras” de Ana Milena Puerta, “Ahasverus” de Juan Manuel Roca y “Las Muchachas del Circo” de Omar Ortiz. Y más tarde las tenidas en casa de Milena de la Cruz, prima del, en ese entonces director del Museo, Libardo Díaz, donde oficiaba como supremo anfitrión el poeta Julián Malatesta. Estos y muchos más gratos momentos los debemos al magnífico artista que yace bajo el sueño que construyó con el epitafio creado por él mismo: “Aquí cayó un Rayo”.
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