La política y el fútbol tienen mucho en común. Para empezar, ambos se hacen con la cabeza, pero en ellos casi siempre gana el que más patea y golpea al adversario. Claro está que en este mundial los goles decisivos fueron anotados de cabeza: Pujol contra Alemania y Khedira contra Uruguay. Pero en la política internacional y doméstica parece que siempre ganan los que patean más fuerte a sus adversarios, hasta literalmente sacarlos de la cancha. Así se confirma que lo hizo Nixon contra Allende, cuando utilizó las extremidades de la bestia pinochetista para terminar el juego democrático y aniquilar el capitán del equipo ganador. En nuestro campo sucede algo similar con las víctimas del desplazamiento forzado, pues son pateadas sin misericordia por la extrema derecha, la extrema izquierda y los narcos, según varían las relaciones de fuerza y los acuerdos entre dichos bandos en las diferentes regiones del país. De no ser por el arbitraje de la Corte Constitucional y su famosa sentencia T025, alertando sobre el estado de cosas inconstitucional en que discurre las vidas de más de tres millones de desplazados, el gobierno nacional no les garantizaría ni siquiera un lugar bajo el sol. Por todo ello la vida de millones de personas depende cada día más de los resultados en el campo de juego y en las elecciones. Desde el 11 de Junio hasta hoy, durante un febril mes, la alegría o desdicha del mundo corrió tras un balón y la habilidad de 22 jugadores empeñados en alcanzar una esquiva victoria en el mundial de Sudáfrica. Pero existen más diferencias que semejanzas entre la política y el fútbol, para desgracia de todos. Sin duda, el fútbol es una actividad más vital y noble que la política, a pesar de todas las triquiñuelas y trampas que comparte con ésta. En gran parte se debe a que en el fútbol sus protagonistas exponen públicamente sus habilidades y limitaciones. En la política sucede todo lo contrario: sus protagonistas ocultan al público sus debilidades y defectos. En la cancha resplandece la transparencia de las jugadas y la penumbra de las faltas. En la política sólo se exhiben los aciertos y se ocultan, casi hasta desaparecer, las mentiras y las trampas de quienes la protagonizan.
TRANSPARENCIA VS TRAMPARENCIA
Se puede afirmar que en el fútbol prevalece una épica de la transparencia, mientras en la política predomina una antiética de la trampa, pues se hace aparecer como victorias colectivas las que en muchas ocasiones no son más que triunfos de minorías. Valga como ejemplo el reciente triunfo de Juan Manuel Santos, elevado al paroxismo de la mayor votación presidencial en nuestra historia, pero se oculta que la abstención aumentó y fue del 55% del censo electoral. En otras palabras, los 9 millones de votos por Santos apenas representan el 30% del censo electoral, que hoy es de 30 millones de ciudadanos. En términos futbolísticos, el picado de la política nacional lo ganó la abstención por 7 goles contra 3 de la participación. Lo grave de lo anterior es que dicho resultado permitirá que quienes anoten los goles y continúen ganando sea una minoría del 30% contra el 70% de la mayoría nacional. Es decir, el país político contra el país nacional, como bien lo denunció hace ya 62 años un brillante y plebeyo futbolista de la política nacional, Jorge Eliecer Gaitán, físicamente ejecutado en la cancha por encarnar, aunque sólo fuera por una vez, la probable derrota del país político frente al país nacional. El país político entonces ordenó su asesinato antes de correr el riesgo de perder el poder en el campo del juego electoral. Y aquí estriba la mayor diferencia entre el fútbol y nuestra política, pues ésta lleva ya más de sesenta años atentando contra las mayorías y la democracia, que no puede existir sin respetar la libertad y la vida de sus adversarios, así como su eventual triunfo. Jamás toleraríamos un mundial donde siempre ganara el mismo equipo. Mientras el fútbol es un juego incierto y vital, entre nosotros la política se ha convertido en un juego que siempre gana el mismo equipo, el país político de los privilegios y el crimen impune –aunque cambie con frecuencia de uniforme y capitán– contra el país nacional de las mayorías y las víctimas. Nuestra política no es una competencia vital de ganadores inciertos, sino un combate mortal que deja insepultos a perdedores eternos, sin derecho a revancha, pues sus vidas y sueños quedan en la cancha corrompiéndose a la vista de todos.
CONTRA LAS AYUDAS TÉCNICAS Y LA MEMORIA HISTÓRICA
Por eso en nuestra política se suele eliminar violentamente al adversario, utilizando la combinación de todas las formas de lucha, táctica instaurada por las facciones liberales y conservadoras desde el siglo XIX y perfeccionada el siglo pasado durante la Violencia y después con la fórmula del Frente Nacional. Así sucedió en 1989 con el asesinato de Galán y en el 90 con los de Bernardo Jaramillo, de la UP, y Carlos Pizarro de la AD-M19, sin olvidar las miles de vidas de jugadores anónimos, aniquilados por el fuego cruzado de los vengadores de todos los bandos. Incluso también con la vida de destacados jugadores del mismo establecimiento, como Álvaro Gómez Hurtado, en 1995. Porque la política colombiana jamás ha dejado de ser un campo minado, donde sus protagonistas no respetan otra norma distinta a la de su triunfo y la consolidación de su hegemonía. Por eso, como también sucede en el fútbol, los políticos nacionales temen sobre todo a que se conozca la forma cómo obtienen sus victorias. Así como la FIFA es renuente a las ayudas técnicas que impedirían aquellos triunfos alcanzados con goles anotados violando las reglas de juego y con el concurso de los errores arbitrales, en nuestra política nacional se teme sobre todo que se conozca la historia truculenta y violenta que está detrás de tantas victorias electorales. Nada temen más los políticos ganadores que a la memoria, por eso impiden por todos los medios un juicio histórico de sus victorias, para no mencionar el juicio sobre sus culpabilidades penales. Igual que en el fútbol, una vez validado el gol por el árbitro, en la política después de la victoria electoral ya no importa cómo ésta se haya alcanzado, es irrelevante que haya sido con violencia, cohecho o fraude electoral. El éxito y la victoria legitiman todos los resultados. Nadie puede acallar el grito victorioso del gol anotado.
JUECES Y ÁRBITROS INCÓMODOS
Esta grave semejanza, que amenaza tanto al fútbol mundial como a la política nacional, tiene un límite en la probidad y la competencia de los jueces, cuando falla la memoria y el juicio de los ciudadanos. Precisamente por ello un jugador tan victorioso y mañoso como Uribe no tolera la existencia de jueces independientes, que estén señalándole que sus triunfos fueron el resultado de jugadas sucias, como el cohecho de Yidis Medina y Teodolindo Avendaño, además de las alianzas criminales de sus copartidarios de la “U” con los comandantes paramilitares. Por eso es tan peligroso para la política que los ciudadanos se comporten como fanáticos y sólo les interese que gane su equipo, despreciando los medios que utilice para alcanzar la victoria, pues consideran que su adversario es un enemigo repudiable que debe ser eliminado y expulsado de la cancha. Así las cosas, el juego sucio está justificado, desde la persecución ilegal de las interceptaciones telefónicas hasta el asesinato de los “falsos positivos”. Después de la algarabía del triunfo, es un traidor aquel que insista en que el gol fue anotado con la mano o que el héroe estaba fuera de lugar. Nada puede un árbitro o las ayudas técnicas contra cientos de miles de gargantas. Ahora sólo hay tiempo para celebrar en UNIDAD NACIONAL. Esa es la jugada maestra que pretende realizar Santos, no sólo jugando de local sin oposición o equipo adversario, sino también en las canchas internacionales. Por eso trata de conseguir la asesoría de árbitros independientes como el juez Baltazar Garzón. También por ello se reúne con las altas cortes nacionales. Sin duda, lo que busca es congraciarse con aquellos que en un futuro eventualmente puedan juzgar sus actuaciones y revisar sus jugadas como ministro de defensa, donde aparecen cerca de 507 “falsos positivos” ejecutados durante su gestión.
QUE VIVA LA PLURALIDAD
Pero ya ha terminado el mundial de Sudáfrica y España es campeona con méritos. Su triunfo, como pocas veces sucede en la política, no es el de un Estado sino el de un “pueblo de aluvión, crisol de culturas”, capaz de reconciliar el talento de jugadores catalanes como Pujol e Iniesta con el valor y la emoción de Ikir Casillas y de muchos otros procedentes de diversas regiones y equipos. Ojalá fuera así en la política y la pluralidad y la memoria se convirtieran en la mayor fortaleza y riqueza de los pueblos, pues la unanimidad y el olvido bajo la coartada de una supuesta unidad nacional sólo favorecen el triunfo de los verdugos sobre la memoria de las víctimas. Triunfo que termina siendo tan efímero como la victoria de Italia en el pasado mundial, obtenida con trampas y juego sucio, que a la postre pagó con su rápida eliminación y descenso hasta el puesto 26 entre los 32 equipos que compitieron en Sudáfrica.
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