Desde alguna vez cuando por voluntad del infortunio alguien dejó escapar la expresión «Cali, capital mundial de la salsa», la sultana del valle adquirió un compromiso indeleble. Más allá de la exactitud histórica de su origen, ese slogan, repetido tantas veces, determinó un imaginario colectivo de ciudad en propios y extraños. Aún hoy se escuchan los ecos de la sentencia y se canta con fervor a una imagen sublimada. La crítica ante la fuerza de una tradición se hace ineluctable.
Factible legitimidad histórica; la obra de Ulloa Sanmiguel como referente de consulta
Para muchos, la supremacía de la salsa en Cali no obedece a un proceder arbitrario; es por el contrario, la consecuencia natural de un proceso en donde las condiciones sociales así lo determinaron. Con la pretensión de exponer dicha postura, se hace necesario indagar el origen y desarrollo tanto del género musical, como de la ciudad misma. La obra de Alejandro Ulloa Sanmiguel, titulada “La salsa en Cali”, sobresale entre la bibliografía en función de dicho propósito.
El texto, en búsqueda de la mencionada legitimidad, propone cuatro hipótesis explicativas del arraigo de la salsa en la capital del Valle: 1) la herencia africana de la hacienda esclavista; 2) el proceso de industrialización en torno a la caña de azúcar; 3) migración y urbanización de Cali; 4) el papel de los Medios de Comunicación. Según el autor, la actual hegemonía salsera correspondería entonces a “curiosas similitudes físicas, históricas y culturales entre Cuba y Puerto Rico con Cali y el Valle del río Cauca. Similitudes que son más producto del azar histórico que determinaciones orientadas por la voluntad consciente de los actores sociales.”
La obra expone asimismo una posible concepción nociva de la salsa y sus expresiones. Ésta podría entenderse entonces como “… la masificación del entusiasmo y la canalización de la energía en procura de catarsis.” Es decir, asumida como “mecanismo de desmovilización política”. Sin embargo, las afirmaciones poseen tan solo el carácter de insinuaciones; el autor asume la postura contraria: enteramente reivindicador.
Sin el propósito de subestimar el trabajo de Ulloa Sanmiguel, su obra representa a un alto porcentaje de la producción teórica en torno a la salsa en Cali, carente de un verdadero componente crítico y ostentosamente elogioso. Aunque los argumentos expuestos por éste y otros autores son válidos, fracasan en la medida de sobredimensionar la trascendencia del género musical –y sus manifestaciones–, como asimismo en el momento de emitir juicios generalizadores.
El undécimo mandamiento El establecimiento de un “deber ser” es la primera de las repercusiones de una tradición salsera. Para quien funge como embajador de Cali en cualquier lugar del país, o del mundo, su procedencia parece obligarlo a destacar por sus cualidades como bailarín. Ulloa Sanmiguel reconoce: “… en todas partes se baila… Pero aquí se convirtió en una razón para existir cuando la vida empezó a girar en torno suyo…”
“La salsa, como
género impuesto, es
el telón de fondo en
la integridad de festividades.
La programación anual de
la Feria, como un cántico
predecible a ésta, funciona a
manera de ejemplo.”
El ciudadano caleño, mucho antes de su despliegue como individuo, con fortalezas y debilidades, no puede soslayar un arquetipo en donde resulta hilarante la carencia de cualidades danzantes. La representación de él adoptada –colindante a la caricatura– lo expone engalanado con colores festivos, moviendo los pies frené- ticamente. El hecho, aunque ínfimo, presenta magnas dimensiones si se entiende como la contracción del sujeto en su libertad de expresión.
Cultura dominante; cultura de exclusión
Más nefasto aún que los imaginarios colectivos se presentan las expresiones tangibles de “cultura”. La salsa, como género impuesto, es el telón de fondo en la integridad de festividades. La programación anual de la Feria, como un cántico predecible a ésta, funciona a manera de ejemplo. Su espíritu omnipresente exhibe características adoctrinantes.
La sobredimensionada oferta es el punto de partida de un círculo vicioso. Luego de numerosas generaciones bajo la sombra de un “Cali pachanguero”, de forma inconsciente cualquier otra manifestación musical es repelida por la fuerza de una herencia, incapaz de permear las barreras de un sistema mental. A partir de la voluminosa oferta, surge entonces la demanda. Si por un lado urbes como Bogotá o Medellín han acogido relevantes bandas como Iron Maiden, Blind Guardian o Metállica, por el otro, Cali es marginado de tales espectáculos. Su ya reconocida tendencia no la presenta como un anfitrión viable.
Aunque pudiera aludirse a un pequeño número de eventos, representantes de la existencia y el respeto por la alteridad, no serían más que casos aislados dentro de un marco de preferencias muy bien definido. El fenómeno se sintetiza en: sobre-oferta, aculturación, demanda, exclusión de otros géneros.
Un capítulo desconsoladoramente elocuente
El hecho anterior, cómodamente apreciado de “espontáneo”, se adhiere a las aún más perniciosas decisiones gubernamentales. La reciente polémica en torno al Tercer Festival Internacional de Cine de Cali es harto ilustrativa. La ejecución del evento estuvo en conflicto, e incluso llegó a anunciarse su cancelación aludiendo a la carencia de presupuesto.
El descontento de los cinéfilos se acrecentó al conocerse otra relevante noticia. El diario El País expresó: “Casi al mismo tiempo en que se oficializaba la cancelación del Festival, la Alcaldía de Cali y la Gobernación del Valle anunciaban la firma de un convenio para sacar adelante el proyecto Ciudad Salsa (una ambiciosa edificación destinada a conciertos, bailarines, y salsotecas).” , Santiago de Cali, mayo 11 de 2011. Finalmente la fiesta para los amantes del séptimo arte se aprobó, pero en mezquinas condiciones: sólo fueron asignados 400 millones; una cifra absurda comparada con los 44.000 destinados al templo a construir.
La sensación dejada por la querella es la de una ciudad donde la cultura es exclusivamente sinónimo de música, y música sinónimo de salsa. Manifestaciones de otra índole carecen de fomento gubernamental. La ya estandarizada y reducida apetencia artística hace de la promoción a otras expresiones una apuesta temida.
La sublevación cultural
El legado hasta ahora impuesto adolece como principal particularidad de una reproducción por inercia. El pacto de sangre con la salsa se transmite de generación en generación sin la prudencia suficiente para detenerse a evaluar sus repercusiones. La salsa en Cali ha traspasado manifiestamente los límites de un género musical y una predilección natural por éste. Es ya un arquetipo de ciudad: rumbera, sensual, y alegremente banal. En el marco de una mutación física de la capital del Valle, se hace necesario igualmente reformular los valores culturales.
Como esenciales partícipes de la mutación ha de tenerse en la cuenta a las instituciones: la Familia y la Escuela –hasta ahora cómplices del fenómeno salsero– son quienes deben abrir la senda para, en primer lugar, el debate, y segundo, una posible mudanza. Por supuesto no serán los únicos dispositivos a adoptar: medios de comunicación, gobiernos de turno, y ciudadanos comunes tienen el derecho y la obligación de poner en cuestión las bases ideológicas e idiosincráticas de su sociedad.
La salsa como parte de… La salsa en Cali es parte de la cultura, pero no debe ser la cultura misma. Sin pretender negar su validez e importancia histórica, es imprescindible clamar por el sostenimiento de adecuadas proporciones. El lema convertido en sino claramente rebasó las fronteras, moldeó al individuo, permeó las instituciones, y se convirtió en el núcleo del devenir social. El ideal a seguir es una ciudad compleja, polifacética, no sólo respetuosa, sino garante y promotora de todas las expresiones artísticas, de todos los sonidos, capaz de inventarse y reinventarse, y de albergar en su seno un imaginario cosmopolita.
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